Creo que fue la prueba perfecta para darme cuenta de la medida en que desde el día a día en el Sur, en España, contamos con la diversidad étnica como parte de nuestras vidas.
Hace falta poner a prueba la creencia del antirracismo desde la falta de cotidianeidad blanca con aspectos raciales. Somos “antirracistas” pero no contamos con espacios en los que conviva la diversidad étnica, más bien, queremos ser antirracistas, pero encontramos el cómo serlo. Durante los pocos días en los que nos sumergimos en la realidad negra colonializada, mirar dolía, incomodaba; mirar a los ojos entendiendo que la piel era un símbolo jerárquico, y que tú, por el hecho de viajar para conocer aquella realidad con la alegría del turismo blanco, estabas en un sitio donde ni pertenecías tenías que sentirte bienvenido, sino ser consciente. Mirar los anuncios de las pancartas con mujeres de piel despigmentada y pelo liso, mirar a la gente que te mira por salir a la calle en camino a otro destino, cuando para ellos, la calle era por sí misma un destino, ver el no estrés ni la prisa, quizás porque su tiempo no tiene el mismo valor que el nuestro: el económico, sino otro tipo de valor, ¿decimos que perdemos el tiempo porque perdemos (o dejamos de ganar) dinero?
Sus normas de tráfico, son el ejemplo perfecto de lo que ellos son con respecto a Occidente, tienen asfalto y caminos arenosos, y líneas que marcan carriles, semáforos, y señales de tráfico, pero no son más que un escenario, un escenario que transgreden con una forma de organización propia, la suya, en la que no se gritan ni se insultan a pesar de que parezca que va a haber un accidente en cualquier momento, ni el claxon les molesta, porque lo han convertido en una herramienta de comunicación, y todo esto, les funciona. Como escribí tras uno de nuestros muchos recorridos en taxi: “las normas occidentales son un intento fallido de tratar de imponerse a su estilo de vida que ya funciona por sí mismo”. No pretendo mostrar una imagen romantizada de un viaje de cinco días de una recién graduada y entusiasta que llega de Europa a África, pero mi experiencia lo es.
¿Es necesaria la deconstrucción mutua? En las muchas ocasiones en las que mi rasgos occidentales me hicieron sentir incómoda, me cuestioné si esto me pasaba exclusivamente por un sentimiento de culpa que traía de casa, o por lo que percibía del exterior. Es claro que las personas occidentales necesitamos deconstruirnos para ser conscientes tanto de nuestros privilegios normalizados como de las formas de opresión que llevamos interiorizadas, pero para conseguir una relación que permita el intercambio horizontal (que no igualitario), puede que sea necesario encontrar un equilibrio en el que no predomine el ideal de progreso y buena vida de Occidente, ni el de inconsciencia de la supremacía blanca, sino más bien un punto de partida en el que se sepa de manera mutua que somos conscientes (en algún grado) de nuestro privilegio y que no lo deseamos, sino que sentimos rabia, impotencia, vergüenza, culpabilidad y frustración, y es necesario convertir todo esto en cambios. Ojalá tuviésemos más en cuenta las similitudes, como dijo uno de los artesanos del mercado local de Dakar “Les spagnol sont les Africans de l’Europe”.
Autora: Marta Cruz Gómez