Nunca he podido ocultarlo, África es para mí una fuente de inspiración en todos los sentidos. Desde que estuve en este inmenso continente por primera vez, me quedé prendado de toda la diversidad que alberga, del corazón de sus gentes y de las numerosas enseñanzas con las que volví a casa. Tener la oportunidad de volver a África, ahora a otro país, Senegal, volvió a despertar en mí sensaciones que creía ya olvidadas. Como un niño que que desenvuelve con impaciencia su regalo de cumpleaños, los nervios se apoderaron intensamente de mí… ¿Que sería lo que aprendería esta vez de África, el continente que un día vio nacer al primer ser humano y que hoy alberga la mayor riqueza cultural.
Ya desde nuestra llegada a Senegal, DIADEM, la asociación que nos acogió, nos demostró por qué a este país se le conoce como el país de la “teranga” o de la solidaridad. Desde el primer minuto nos sentimos como en casa y pudimos trabajar con la asociación, inmersa en numerosos proyectos de investigación que tenían como objetivo analizar la situación social de Senegal y de África para mejorarla. Me sorprendió muchísimo la implicación de los jóvenes, no sólo en DIADEM, donde trabajaban diariamente, sino también en el campo de las movilizaciones sociales: África se mueve aunque los medios de comunicación se empeñen en dibujarnos a un continente dormido.
El proyecto de investigación que quería desarrollar en Senegal versaba sobre cómo los saberes tradicionales, y que tiene relación con el medio natural, del pueblo wolof (etnia mayoritaria en Senegal), podían configurarse como formas de “resistencia” para los migrantes de este país. Por ello, conocer todo lo que tenía que ver con la riqueza culinaria del país, las formas de trabajar la tierra, el gran elenco de alimentos proveniente de la rica flora así como la relación con el medioambiente eran para mí algo capital. Gracias, no sólo a la asociación, sino también a la actitud abierta e integradora de la población, pude realizar varias entrevistas a migrantes retornados, que me aseguraron del valor y de la importancia de esta “memoria biocultural” para sobrepasar algunos problemas durante el proceso migratorio. Compartir el té o el bissap, establecer plantaciones de hibisco y otros cultivos senegaleses, etc, se configuraron como resistencias psicológicas al hecho de encontrarse lejos de Senegal y fue un instrumento muy útil para establecer alianzas con la población de acogida en los países a los que migraron.
Pese a que fui a Senegal con un proyecto de investigación, aprendí más a valorar mejor la importancia de las relaciones sociales, las costumbres locales, un poquito del idioma y, sobre todo, a sentirme nuevamente en deuda con el continente africano. Volví a mi casa habiendo recibido verdaderas lecciones de vida. Nuevamente en deuda contigo… ¡y aún me queda muchas Áfricas que conocer!.